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Reportajes / Ese Extraño Mundo Domingo 20 de Marzo de 2005

La sonrisa del Tío Permanente
(20/03/2005)

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(13/03/2005)

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(06/03/2005)

El trovador del Alto Las Condes
(27/02/2005)

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(20/02/2005)

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(13/02/2005)

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(06/02/2005)

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(30/01/2005)

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(23/01/2005)

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(16/01/2005)

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(02/01/2005)

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(05/12/2004)

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(28/11/2004)

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(21/11/2004)

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(14/11/2004)

Un espejo roto
(07/11/2004)

Lo que botó la ola
(31/10/2004)

 


La sonrisa del Tío Permanente

Domingo 20 de marzo de 2005

Rafael Gumucio





Después de siete años de búsqueda, Paul Schaefer es hallado en Buenos Aires. Una vez arrestado, sonríe ante las cámaras con una extraña cortesía. Parece el más inofensivo de los hombres, el más contento y simpático de los abuelitos. Quizás secretamente se siente aliviado, quizás necesitaba que lo volvieran a llamar por su verdadero nombre, que lo reconocieran por su auténtica identidad, para morir con ella.

 

Nada permite suponer que Schaefer se encuentre arrepentido de algo, aunque sea mínimamente. Seguro de pertenecer a una categoría superior de seres humanos, imbuido de un mesianismo seudorreligioso mezclado con nazismo, todo lleva a pensar que nunca ha sentido ni la sombra de una mancha en su conciencia. Los chilenos, durante décadas, lo hemos ayudado a fortalecer esa imagen: la de un tipo que está por encima de toda moral y toda ley.

 


Racista en un país de racistas, Paul Schaefer pudo crear en Chile un reino que en ninguna otra parte lo hubieran dejado crear. Y ese reino sigue ahí: la Colonia Dignidad, aunque ahora se llame Villa Baviera, sigue ahí. Y su insultante nombre, Dignidad, continúa manchando nuestro suelo.

Racista en un país de racistas, Schaefer pudo crear en Chile algo que en ninguna otra parte lo hubieran dejado crear: un mundo completamente germano, lleno de renos salvajes y niños vestidos de tiroleses. Y ese reino, pese a que en su interior se cometieron los peores atropellos a los derechos humanos, en particular a los de los niños, sigue ahí: la Colonia Dignidad, aunque ahora se llame Villa Baviera, sigue ahí. Su insultante nombre, Dignidad, continúa manchando nuestro suelo.

Si la Colonia Dignidad fuera boliviana en lugar de alemana, no la trataríamos con tanta benevolencia. Por eso Paul Schaefer sonríe: no sólo sabe que su reino permanece intacto, sino también que su sombra, la de la impunidad más vistosa, ha ensuciado toda la sociedad chilena. Desde que comenzamos a buscar a Schaefer por cielo, mar y tierra, hemos pasado de un estado de hipócrita inocencia a uno de hipócrita sospecha. Hemos pasado de no querer saber nada de la pedofilia a tragarnos la primera mentira que se nos cuenta al respecto. A confundir datos con presunciones, deseos con realidades. A ver, en todos los ciudadanos, potenciales agresores del niño que llevamos cada vez más a flor de piel. Persiguiendo a los pedófilos, todos nos hemos vuelto voyeristas. Y hemos aprendido a gozar, como el Tío Permanente nos enseñó a gozar, mirando por el ojo de la cerradura al vecino, a ver si él comete las brutalidades que nosotros queremos pero no nos atrevemos a cometer.

 

Durante estos siete años nos hemos rebajado al nivel de Paul Schaefer. Hemos sido cómplices del pederasta no sólo al dejarlo escapar y al buscarlo con desidia (tanta, que ahora un programa de televisión disputa con la policía el honor de la captura), sino, además, al crearle un país lleno de sospechas y atrocidades: un país a su medida, donde se siente cómodo y puede sonreír como un amable jubilado que aguarda, sin mayor inquietud, la muerte y el olvido.